Martín Caparrós (II): «Me alegra mucho que se invite a defender el idioma a quienes hablamos formas módicamente diversas de ese idioma, me parece un gran gesto»


 

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Por Tamara Crespo

Fotos: Fernando Sanz

Esta es la segunda parte de la entrevista de El Tintero con Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957), XXI Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes. En la primera entrega, hablaba para EL TINTERO, de la situación de la profesión, de las nuevas formas de circulación de la información, de las cualidades del buen periodista y de la buena crónica, género en el que se le considera un maestro. Pero también compartió Caparrós ideas acerca del periodismo local, de la calidad literaria del periodismo y del uso que se hace hoy en día del castellano.

T. C.: Tendemos un poco, cuando analizamos la situación del periodismo, a hablar del «grande», del nacional, del internacional…, pero no tanto del local, que es muy difícil de hacer y que es, de hecho, el que cuesta la persecución, la cárcel o incluso la vida a muchos colegas. ¿Qué puede decirnos de ese periodismo?

M. C.: A mí me interesa particularmente lo que llamamos periodismo local, porque obviamente es el que está más cerca, aquel cuyas historias, cuyas producciones, están más cerca de la vida de sus lectores. Y frente a una gran prensa que funciona tratando de convencerte de que tu vida no importa nada, al contarte la vida de los que sí importan, de los poderosos, de los ricos y famosos y demás, creo que hacer periodismo local, en el que muchas veces se cuentan las historias más cercanas, es una forma de oponerse a esa idea, a la idea de que lo que importa y lo que debe ser contado es la vida de los grandes. En ese sentido, el periodismo local está en la misma longitud de onda que la crónica que yo intento hacer y de distintos intentos periodísticos, en desviar un poco el foco de la mirada, en decidir que no hay por qué mirar solamente aquello que siempre te han dicho que debías mirar.

T. C.: También de eso se trata con una buena crónica, porque de lo local surge lo universal, se trata de saber sacar, a partir de algo pequeño o anecdótico, de una vida sencilla, algo que va más allá, que lo trasciende.

M. C.: Sí, eso decía mi maestro y amigo Kapuscinsky, que lo que había que hacer era encontrar la gota de agua que reflejara todo lo que hay alrededor, siendo efectivamente esa gota de agua una pequeña historia, un pequeño punto hacia el que mirar.

T. C.: El periodismo es un oficio en el que se aprende un poco de muchas cosas, algo que su padre no le recomendó cuando quiso dedicarse a esto, pero una posibilidad que a usted no le desagradó demasiado.

M. C.: A mí me sigue gustando mucho, lo que pasa es que efectivamente estamos en una época en que se privilegia a los especialistas, especialistas que se van encerrando cada vez más, en especialidades cada vez más estrechas, porque en definitiva lo que pueden saber es cada vez más, y para ser bueno en un área tal o cual hay que especializarse en áreas cada vez más pequeñas. El periodismo es lo contrario de eso, es -como decía mi padre- saber un poco de todo y nada realmente. Se parece a aquello que en otras épocas se llamaba el espíritu renacentista, con el que uno podía tener más o menos una visión general. Cuando funciona bien es superinteresante porque, en efecto, produce gente que puede relacionar cosas muy diversas, muy variadas, allí donde el especialista está excesivamente encerrado en un campo muy pequeño.

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T. C.: De hecho, existe una inmensa y riquísima producción intelectual, en forma de libros de ficción y de no ficción, escrita por periodistas. Sin embargo, y como contaba usted en un artículo reciente, en las librerías no acaban de saber muy bien ni siquiera dónde colocarlos, y es algo que parece bastante desconocido. ¿Cree que la concesión del Nobel de Literatura, en 2015, a Svetlana Alexiévich, por su obra periodística, contribuyó a dar a conocer esto o no?

M. C.: Yo diría que más que para darla a conocer sirvió para legitimarla, para ponerle el sellito. A mí siempre me llama la atención el hecho de que confiemos tanto en lo que deciden diez o doce señores escandinavos, parece que delegáramos en ellos nuestra capacidad de juzgar, en este caso, las letras del mundo. Estos señores se encierran en una sala y dicen: «Ah, a esto le podemos dar un premio», y automáticamente todos decimos, «ah, qué buena es esta cosa…», un ejemplo más de cómo nos resignamos a delegar buena parte de nuestro poder, de nuestras decisiones, en estas instancias ridículas como la del Nobel. Pero lo que pasó fue eso, que esos señores se reunieron y dijeron que el periodismo narrativo es también una especie de arte mayor, y entonces ya mucha gente dijo, «ah, el periodismo narrativo…». No ha cambiado mucho más que eso.

Me dio gusto cuando revisé la lista de los premiados, ser el primer no peninsular o no ibérico en recibir este premio que tiene que ver con el uso de la lengua; me parece ya que en buena hora esta especie de foco de defensa de la tradición castellana que dice ser Valladolid sepa que esa tradición puede trabajarse en otros lugares alejados».

T. C.: Respecto a la calidad «literaria» de este género, la crónica, y a propósito del premio que le han concedido, el Miguel Delibes, por el buen uso y la defensa de la lengua, ¿qué puede decirnos de su situación actual, del uso que se hace del castellano en el mundo hispanohablante y en el periodismo en particular?

M. C.: Bueno, justamente me dio gusto cuando revisé la lista de los premiados, ser el primer no peninsular o no ibérico en recibir este premio que tiene que ver con el uso de la lengua; me parece ya que en buena hora esta especie de foco de defensa de la tradición castellana que dice ser Valladolid sepa que esa tradición puede trabajarse en otros lugares alejados. La lengua castellana tiene muchos dialectos y ninguno es más legítimo que los demás, pero lo que sí vale la pena es tratar de usarla con decisión y con el mayor cariño posibles. Lo que se ve mucho es gente que más que usar la lengua es usada por la lengua, porque no hace el esfuerzo de saber bien qué es lo que escribe cuando escribe. Yo daba el ejemplo en Lacrónica de cómo para poner supuestamente sinónimos que eviten repeticiones terminan diciendo cosas que son totalmente distintas de las que querían decir. Tal como eso, pasan muchas cosas, y además en muchos casos el idioma va perdiendo palabras, lo cual no sería grave en sí, porque igual que las pierde, las gana. El idioma se renueva como la piel de una serpiente, pero la pena es que da la sensación de que en muchos medios escritos la variedad de palabas que se usan, ya sean antiguas o modernas, está decreciendo. Y eso muchas veces con la excusa de que el público no va a entender, se usa al fantasma del público tonto para justificar la propia pereza, so pretexto de que si escribo, qué se yo… inmarcesible o inverecundo, no me van a entender, escribo siempre el mismo adjetivo. Eso es lo que me parece más preocupante.

T. C.: Antes a los periodistas se nos decía que teníamos que ir por delante, que en los periódicos había que dar ejemplo del buen uso de la lengua.

M. C.: Sí, pero en muchos casos es lo que decíamos: es una excusa que usamos para justificar nuestra pereza: «Ah, si escribo palabras un poco más sofisticadas, no me van a entender…». ¡Qué sabes si te van a entender!, escribe lo que crees que tienes que escribir, no escribas lo que crees que están esperando que escribas.

T. C.: Además de con la satisfacción de que se haya dado el premio al castellano de fuera de España, ¿cómo ha recibido este galardón?

M. C.: Primero me alegró, porque en general, algún reconocimiento te alegra. Luego, cuando vi la lista de los premiados anteriores, me alegró más, porque había varios amigos y varios admirados, algunos al mismo tiempo, otros no [nueva risa al otro lado del auricular]. Y finalmente, por esto que decía, porque me alegra mucho que se invite a defender el idioma a quienes hablamos formas módicamente diversas de ese idioma, eso me parece un gran gesto.

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